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Temí que su pelaje tibio
Fuese su carnada
Y que su nictálope mirada
Hurgara en mis dominios
Con las excusas derrotadas
Cedí ante la indómita certeza
Que sería el eco de mis huellas
Lo que imantara dos nostalgias
Le dejé vagar por el altar de mis instintos
Atenta a su intuición y a su saliva
Y aguardé su cacería
Apresada entre el valor y el abismo
Cuando el miedo dejó de ser testigo
Y devoramos juntos las pieles y las lágrimas
Salimos a juntar nuestra manada
Y dejó de acechar el derrotado frio.