jueves, junio 20, 2019



Le debo un nombre a mi tierra
a la que me imanta
a las raíces que me impulsan a ser libre
a los capullos que lactan mi savia

Le debo un nombre hecho verso
porque ella es una metáfora
como mi tronco cansado y fuerte
de sostener, elevar, gestar 
y desprenderse

Soy una araucaria milenaria
he sido testigo
he sido admirada

Aprendí a amar hace tantos siglos
y también aprendí a ser olvidada

No tengo flores de arcoiris que ofrecer
aquellas que deslumbran las miradas
me viste un verde caprichoso
un verde de paz, de intimidad y calma

He crecido lentamente
sobreviviendo a fuegos, volcanes y heladas
sigo erguida
mirando al cielo
con las raíces enterradas

A esta tierra mía le debo un nombre
por mantener mi cuerpo
anclado en la antigua lava
por no dejarme caer
rendida y exhausta.

Le debo un nombre versado y valiente
y ese nombre es Sandra.

lunes, junio 03, 2019



Me gustan los años que han dejado cicatrices y tatuajes, 
aquellos que han cambiado el eje de mi cuerpo y mi biografía. 

Suelen ser aquellos años acuosos, 
de lágrimas interminables 
que no siempre emergen líquidas por mis ojos, 
pero van inundando el alma 
de marejadas salobres y amargas. 

El después, 
acabada la llovizna íntima y la externa, 
la sonrisa parece una cascada de sensaciones nuevas, 
recién estrenadas, 
con un déja vu 
cargado de inocente infancia 
pero con la certeza virgen 
de ser la mejor expresión de la verdadera calma.

Me gusta el silencio que invita a desvestirse 
el que desnudo y desprovisto
de ayeres y fantasmas
seduce cada íntimo y prófugo sentido 
con la versatilidad del aire que huye de un suspiro. 

Me gustan los años en que decido
ser la mujer 
que dibujaron mis manos liberadas
por un delirio.