viernes, febrero 03, 2006

Podría escribir inspirada en mis palabras, pero la verdad es que escribo inspirada en mis venas. En la sangre, en el pulso de mis tiempos, en el torrente de mi historia.

Nací, en medio de un vértigo de confusiones entre lo correcto y lo que rasgaba la imprudencia. Nací vestida de esperanzas y expectativas tan altas como mi propia "ilegitimidad". Pero bastó un día, tal vez dos horas, para que las voces se acallaran, los reproches se ahogaran y emergiera la más tierna y sublime realidad.

Era una niña, morena de ojos tan negros como los finos rizos que se deslizaban por su frente. "Morena de ojos morunos" decía ella..."Ella" es un ángel que me anidó entre sus alas,"Ella" es una diva, una mujer sin edad porque todos los tiempos se acurrucaron a su lado para aprender de sabiduría, ternura y bondad. "Ella" será siempre la Diosa madre, la curandera de los más terribles dolores y la cálida compañía en toda soledad.

Su hombre, su fuerte hombre de guerras y hambrunas, me acogió sin dudas. Contaba historias de moros y musas, un Cervantes abuelo y un abuelo sabio.
Eran dos niños los que me engendraron, dos niños hermosos e impacientes, y se embriagaron de amor con su nueva muñeca, quien entregó algo de magia a esa tan real realidad.

Y el niño se hizo hombre, se hizo padre, se hizo amigo, se hizo el príncipe de todos mis sueños, con el que viajaba hasta caer rendida en sus brazos tan sólo para esperar esas palabras que se derretían en mis oídos, (o yo me derretía en su sonido)..."hola nena, mi reina". Sus ojos penetraban mi mirada hasta convertirse en mis ojos, sus palabras siempre escasas hablaban de bondad y amor, de justicia y soledad. Sus pasos me guiaban, me sostenían, me protegen.

Su noble compañera era una mujer con corazón de niña, tenía grabada en su alma la fuerza que tan sólo la dureza de la vida puede lograr, tenía una sonrisa que contagiaba y unos ojos firmes, seguros, tanto que hasta la más tórrida tormenta se sentía a salvo en sus pupilas. Fue madre de la entereza, del coraje y de mi. Fue gestora de mis proyectos y el aguerrido consejo en la derrota. Fue cuna y alimento, enseñanza y fortaleza.

Y surgieron los años, aquellos hermosos años de Algarrobos y puestas de sol, juegos de salvajes tigres en el bosque y tiernas aventuras al anochecer. Y vinieron los hermanos. Primero, un robusto varón de ojos rasgados y pequeños, de sonrisa efímera, de antiguo compañero... él me enseñó de palabras y armonías, de amistad segura y de historias muchas historias.

La flaca, luego llegó ella. Blanca como el ala interna de una paloma, así de escondida, así de bella. Buscó los más rojos labios para vestirse en esta tierra, y trajo consigo todos los misterios de la otra vida. Llegó rezongando y riendo, y así se lo ha llevado en el transcurso del tiempo, viajando desde una carcajada estrepitosa al más sórdido de los silencios. De ella se aprende a ser mujer y ser entera, se aprende a decir las cosas sin tanta envoltura, y se aprende a quererla de tantas formas.

Sólo faltaba la impaciencia, la bulla, la sirena. Y llegó. Venía cargada de temblores y terremotos, tal vez por eso sacudió tanto nuestras vidas. Yo fui casi su madre, casi su hermana, casi su amiga. Un poco de todo y ella tanto de mi.
Envolvió consigo toda la carga de la soledad, de ser última y ser pequeña, de ser mandada y nunca mandar. Sus pasos se extraviaron un día y su prematura edad no supo cómo. Quiso ser fuerte y la traicionó su propia vulnerabilidad.

Ella es amor en silencio. Ella nos enseñó de asombro, de las verdades de la vida, de la unión en los conflictos, de perdón y de hermandad.

Fuimos todos y cada uno, fuimos la diferencia exacta que nos permitía igualarnos. Aportamos al cariño y al desaliento con la misma cuota, con el mismo rigor.
Fueron años de magia y de encanto, donde todo era razón para reír y celebrar. Hermanos de sangre y de calor. Padres de tierra y de verdad.

Así crecí, con un legado de amor en los ojos, muchas cintas en el pelo, mucho orgullo en el corazón de los que me vieron crecer. Y hubo mucha fuerza en sus enseñanzas, una orden implícita era no desfallecer, hacer frente, no huir de la tormenta, encarar el ruido y el temblor. Sonreír a pesar de la pena, proteger, acoger, guardar, siempre guardar. Y fui buena, buena alumna, buena compañera, buena hija, buena nieta, buena en cumplir aquellas expectativas, buena en cumplir sus sueños. No fue un error tenerme... cumplí con el mandato grabado en mi frente, no me equivoqué, no se equivocaron...
Hoy, vuelvo la vista y me parecen tan cercanos los recuerdos, parece que la historia se ha estancado en tanto ir y venir para volver a ser los mismos, los mismos niños, el mismo juego. Pero la verdad es que me traiciona el tiempo, los años. Las edades avanzan y dejan huellas. Algunas un sello tenue, otras... cicatrices.

Mi propio tiempo aportó con sorpresas, un amor lejano, infantil, ingenuo, me acurrucó a su lado para no dejarme ir. Truncó mi historia de duendes y magos para arrojarme al más real de los amores, aquel que surge del sacrificio, del dolor, de presencia y deseo, de caricias y labios, de amor verdadero. El enseña de vértigos y mariposas, de transformación continua, de continua pasión. De estar, ahora y siempre, del refugio en el fracaso, de aliento y vigor.

El vertió en mi vientre su más profunda savia hasta hacerla vida, hasta hacerme vivir. La anidó en mi cuerpo para ser testigo, semilla y fruto. Y emergió a la luz un día justo 5 años antes del segundo milagro de la vida...eran mis hijas... pequeños gorriones indefensos bajo mi brazo, sobre mi pecho. Miradas inquietas y ternura inagotable, y yo cerré los ojos y me reconocí en ellas. Volvieron aquellos temores escondidos, de hace tiempos, de hace tanto tiempo... Quería ser fuerte y me traicionaba la debilidad, quería protegerlas y surgía la impaciencia, cerraba los ojos para no ver lo que duele, porque el dolor es enemigo de la fortaleza.

Debía mostrar lo que había aprendido de aquellos que me amaban tanto, debía ser la curandera, la mirada firme, la palabra cálida, la salvadora, la maga. Pero llegó este nuevo tiempo, surgió la pesada carga y el temblor en la tierra, se removió mi paso firme y mis cadenas, y tuve miedo... del verdadero, el que proviene del no poder, de las debilidades, de las limitaciones, de la impotencia. Intenté buscar el significado de mis temores y mis incertidumbres adentrándome en aquellos espacios vacíos de mi historia, mas sólo me encuentro con aquella niña, la de las cintas, la del cariño sincero, que ahora parece tener rostro de mujer, de mujer dolida.

Y la fuerza pareció esfumarse en un abismo, parecía que la tierra entera se había tragado a mi niña, intente mirar de frente, auxiliarme en el capullo primitivo de mi pasado, pedí amor esquivando el frío, pero el espejo es inquebrantable ya no me servía la mascara inventada en cuanto carrete de antaño, ya no me era útil, la sonrisa fingida, las risas estrepitosas, el aguante. Y sentí la soledad....y comprendí el vacío, y viví la agonía.

Sólo habia una alternativa... renacer ...reencarnarme en mi cuerpo de sangre nueva, de revivir, de reescribir mi historia, y eso es lo que hago ahora.

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